El vino, protagonista indiscutible de la sobremesa

¿Qué sería de la cultura mediterránea, y en concreto de la cultura española, sin la sobremesa? Decía el brillante gastrónomo Brillat-Savarin que el placer de la mesa es preciso distinguirlo del placer de comer, su antecedente necesario. O, dicho de otro modo, que una cosa es comer bien y otra extremadamente distinta disfrutar de una buena mesa con todo lo que ello implica: una sucesión casi interminable de manjares culinarios y grandes vinos, una compañía al menos tan apetecible como ese festín de platos y, lo más importante, el tiempo para maridar adecuadamente esta combinación. 

Voilà, el resultado es un momento para el recuerdo, digno de representar lo mejor de nuestra filosofía de vida, una filosofía donde el momento del vermut y la sobremesa constituyen el antes y el después perfecto para cualquier reunión social. Por supuesto, la sobremesa no es un invento nacional, ¿hay algo más humano que hacer del momento del almuerzo o de la cena, un momento social? Curiosamente, no pocas veces se señala la última cena como la primera gran sobremesa e incluso hay quienes viajan aún un poquito más atrás y señalan que eso de convertir el agua en vino, tuvo que ser la clave. 

Debates aparte, lo que sí podemos afirmar con total certeza es que nadie ha sabido representar el valor de la sobremesa como nosotros. Y, hoy más que nunca, tanto por el contexto en el que nos encontramos, tan privativo en lo referente a los espacios compartidos con nuestros familiares y amigos, como por unos ritmos frenéticos de vida que poco espacio dejan a la sobremesa, creemos que es necesario reivindicar el valor de esos ratos tan saludables. 

En primer lugar, porque está demostrado que una comida pausada, con reposo final, mejora la digestión y previene numerosos problemas de esa índole. Y, en segundo, porque el hedonismo detrás de saborear pausadamente un buen vino y llevar hasta el último escalón del placer cada bocado, cada sorbo y cada risa cómplice, es lo que nos diferencia como especie. Vivir, revivir, recrear y llevar el placer del comer a otra dimensión. 

Si la compañía es buena y también gozas del enorme privilegio de no estar pendiente de la hora, entonces permítenos proporcionar el último gran ingrediente para tus momentos de aperitivo y sobremesa: el vino. Descorchar un Pinchaperas es el precedente ideal para destapar la conversación, una conversación transparente, agradable, honesta y sin pretensiones, rasgos que bien representa este vino.  

Cuando la tarde o la noche avance, y los platos se presenten ante nosotros, será momento de escuchar las reglas del maridaje. Soplagaitas, Cantueso o Colonia 40… Quién sabe hacia que sabores nos guiará el menú de hoy. Y, para culminar, el inconfundible Colonias de Galeón, ya sea en su versión tinta o blanca, dos vinos elaborados con un único objetivo: hacer pensar y que, tras varias horas de disfrute de los placeres más absolutos, acabemos nuestra sobremesa como se deben acabar estas cosas: con un largo y feliz suspiro.